sábado, 21 de julio de 2007

Valió la pena volver a llorar. Viene de Hotmail choto spaces



Sí, después de más de un mes y medio sin llorar, esta sí es una ocasión buena para llorar.

Vale la pena llorar la partida de Fontanarrosa. Yo no le voy a decir “el negro”, porque no era mi amigo y yo nunca tuve confianza con él como para llamarlo así.

Tampoco Roberto, sencillamente porque para mí era Fontanarrosa, o mejor dicho FONTANARROSA, con mayúsculas.

Qué decír... que me reí como una condenada cuando leí La mesa de los galanes?

Ese libro tiene una historia especial para mí.

Estaba en la librería, en el año 2000... una librería que ponía mesas de ofertas. Justito enfrente de la psicóloga a la que iba. Y como siempre tardaba la señora, opté después de cansarme de esperar sentada y mirando revistas viejas en la sala de espera, hacer tiempo en la librería. En esa época mi padre, para lavar su conciencia, me daba cien pesos por mes. Todavía vivía en casa él. La cosa es que yo estaba mirando la mesa de baratas y me fui para el lado de las “no baratas”. Vi la pila de libritos de Fontanarrosa. En esa época yo lo conocía por Inodoro Pereyra, pero nunca había leído un cuento largo de él.

Gonzalo R. Mir, un amigo virtual al que le vi la cara una sola vez en mi vida, y con el que me reí durante meses por ICQ, siempre me decía “Vos tenés que leer a Fontanarrosa”. Lo cierto es que él me pasó varios cuentos en txt y yo no leí ninguno entero. Me reía por el camino, pero nunca los terminaba. Cuando recorría la mesa con los libros, vi la pilita de los de Fontanarrosa y dije “en breve cumple años Gonzalo, le voy a comprar uno, porque le gusta mucho”. La cosa es que lo compré, y me pareció carísimo: quince o dieciséis pesos. Para el momento, que era la época del uno a uno, me pareció caro porque otras obras de autores más que renombrados, salían alrededor de ocho pesos. Es más, me compré Sobre héroes y tumbas a ese precio: ocho.

La cuestión es que como ya estaba en la caja, me dio vergüenza decir “no lo llevo porque es caro”. Tenía cien mangos en la mano, el libro de Fontanarrosa, Sobre héroes y tumbas, y Estudio en escarlata. Pues bien, pagué todo y me fui pa la psicóloga.

En la sala de espera, me tenté y empecé a mirar y a pasar las hojas. Leí el primer cuento, del cual no recuerdo el título, y seguí viaje por las páginas. Me atrapó y me parecía muy gracioso lo que leía, así que me prometí leerlo y regalárselo a Gonzalo.

Al mes más o menos, salimos con Gonzalo a tomar algo. Nada de levante ni mucho menos, era para conocernos nomás, porque hacía como un año que charlábamos. Él tipo, un santo sin espada pero con un sentido del humor de puta madre. Me decía que tenía que salir a la calle, que aflojara de estudiar tanto y que el aire me iba a hacer bien. Si hasta me invitaba a la pileta de su casa, donde vivían los padres en casa separada, pero junta, bajo condición de que me bañara vestida para vencer mi timidez y complejos. Nunca fui. Pobre Gonzalo, era bueno y yo era muy loca.

La cosa es que fuimos al bar, tomamos unas cervezas, nos reímos y la noche terminó. Y yo, que llevaba a Fontanarrosa en mi cartera, me convertí en miserable y no se lo di nada. Sí, fui egoísta, pero por alguna extraña razón, no se lo di. Tampoco había terminado de leerlo. Eso sucedió más adelante, en las vacaciones del 2001. Ahí leí uno de los cuentos más divertidos o dos de los más divertidos: ¿Qué quieres tú de mí? Y Medieval Times. IMPRESIONANTES!

Ahí comenzó mi romance con Fontanarrosa. Y fui egoísta, y no me arrepiento de haberlo sido porque lo que me encontré en ese libro fue de lo mejor. Después llegué al mundo de los libros digitales y tuve el honor de corregir un par. Por suerte había otro Fontanarrosa dependiente que escaneaba sus libros y yo, gustosa, los corregí. Una maravilla.

Después me encontré por el camino con varios fans de Fontanarrosa, y hasta me enamoré de uno. Sí, de ese, del que hablo siempre. El año pasado yo no tenía laburo medianamente fijo, pero en enero cobré unos ciento veinte pesos. De eso, me guardé con alma y vida, cien. Ese era el precio del libro gordo, de Todo Boogie, de Fontanarrosa.

Desde enero hasta fines de agosto, me quedé sin plata mil veces, pero eso cien pesos no los toqué. Y me fui a la librería y lo compré, después de pasar por dos, en las cuales estaba agotado.

El señorito lo recibió muy feliz. Lo había escuchado unos 8 o 9 meses decir “es muy caro pero algún día me lo voy a comprar”. Y se lo regalé y se le vio muy contento. Y yo me puse más contenta.

Ayer, mirando un programa de mierda, de esos que oigo a la tarde, porque mirar no los miro, cortaron un clima de risas y berretadas con la noticia: Murió el negro Fontanarrosa. Cambié de canal y puse TN: estaban repitiendo imágenes de él en el Congreso de la Lengua, en Rosario, año 2004. Estaba tan lindo y tan bien. Se lo veía contento y hasta distinguido, pero siempre siendo él. Y se me piantó una lágrima. Una solita de cada lado. Y paré, porque fue como tranquilizante escucharlo hablar de las malas palabras. Y me hizo reír.

Pero hoy, hoy fue peor. Hoy sí que lloré, mamma mía. Hoy le di al moco largo y tendido. Pero no fue cuando vi una y otra vez sus imágenes, sino cuando vi la que está más arriba: Mendieta... mirando el cielo... en varias versiones... diciendo “lo parió” y en silencio, con Gaturro al lado.

Vi al Yo Matías diciendo lo parió y a La Nelly... con Inodoro y Mendieta... y eso, eso fue lo que me dio llanto. Un Mendieta huérfano, un Inodoro triste y un Yo Matías que todavía no sale de su estupor. Y yo... sola y sin vergüenza de llorar, lloré. Y valió la pena.


Hoy es el día del amigo y, como dijo María mi amiga: “Qué envidia... arriba deben estar pasando el día del amigo con más carcajadas del mundo porque lo tienen al negro”.


Te vamos a extrañar... te fuiste siendo siempre el mismo...

Roberto, permítame un pedido. ¿Me le cuenta unos chistes y me le manda unos besos a Bere? Yo no me acuerdo si lo leía, pero seguro que si lo escucha, se va a enamorar de usté, porque le gustan negros y divertidos.

Valió la pena volver a llorar, sí señor.

Morta

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